jueves, 29 de septiembre de 2016

(6) Agios Nikolaos, provinciana y atractiva

La parte oriental de la isla, la prefectura de Lasithi, tiene como capital Agios Nikolaos, pequeña ciudad de unos 20.000 habitantes. Características: tranquilidad, un ambiente agradable y alrededores atractivos. Como aperitivo, encontramos al borde mismo de la carretera el convento de San Giorgios situado en sus alrededores en la base de una montaña.
Solo permitía el acceso al patio, limpio y muy florido.
Al llegar a esta pequeña ciudad lo primero, como siempre, fue localizar el hotel, el Lato, como la ciudad tranquilo y con buen servicio. Todas las habitaciones tenían terracita con tendedero y el desayuno estuvo bastante bien.
La mayor parte de los usuarios eran mayores, uséase de nuestra edad para arriba y viajaban en grupo, celebrando cada noche su fiestecilla bien remojada en cócteles diversos. Desde el desayuno había gente apostada en las tumbonas de la pequeña piscina que, para variar, no probamos, porque preferímos la inmersión en las cristalinas aguas del Egeo.
Situada en la costa, Agios Nikolaos tiene un puerto cuyo paseo es uno de los ejes de la localidad.
Sin embargo, el mar entra en la ciudad y forma un pequeño lago de agua salada, cuyo nombre es Voulismeni. El lago dejo de serlo cuando en 1870 se construyó un canal que lo une al puerto, y que ahora permite que se refugien allí embarcaciones de pequeño calado. Sobre este canal, un puente para mantener la conexión viaria.
Está cerca de la principal calle peatonal, a la que, hemos de reconocerlo, no hicimos mucho caso buscando una taberna autóctona para cenar, recomendada en nuestra guía, en una calle lateral junto a la catedral . Recalamos en una de nombre Itanos . La verdad es que estábamos solos (era un poco pronto, es verdad), pero estaba muy bien. Tomamos cosas típicas: las hojas de parra rellenas, tomates rellenos también de arroz, croquetas de calabacín, musaka.....lo habitual pero todo muy rico y bastante baratito: 58 euros los cuatro, vino de la casa y raki de propina incluído.
Ese mismo día, nos dimos cuenta nada más acabar de cenar, que el Celta de Vigo, este año en la Uefa, jugaba en Vigo contra el Panathinaikos griego. Aunque no vamos de aficionados por la vida,, buscamos una terraza donde ver la segunda parte. Al rato comprobamos que en muchos bares montones de hombres hacían lo mismo: ver el partido. 
Todo iba bien mientras se mantuvo el empate, pero al final nuestro equipo marcó dos goles que celebramos sin alharacas, por aquello de que estábamos en territorio comanche.
Terminado el partido y tan contentiños (Alfonso se tomó un whisky de ignota procedencia que no sabemos si su contenido era igual de malo que el cabreo por la victoria celtista del griego que lo sirvió ) y que provocó en el susodicho diversos efectos agravados por acumulación al resto de los líquidos injeridos durante la cena previa. 
Pero nos dió buenos momentos mientras regresábamos  andando al hotel, a unos tres kilómetros, por el borde litoral, iluminado y tranquilo. Hay que decir que a pesar de todo, al día siguiente estaba estupendo, aunque un tanto amnésico....
Desde Agios Nikolaos y con las indicaciones del personal del hotel, nos organizamos sendas excursiones. El primer día elegimos Elunda y Spinalonga.
La primera es una pequeña localidad turística a una decena de kilómetros. Muy tranquila, llena de locales para turistas, y con un curiosos sistema de zona azul. Los carteles te indican que hay que pagar, pero el encargado solo tiene allí la silla y nada más. Al rato de aparcar, cuando vuelves, un papel en el coche te avisa que tienes que ir a pagar... a un kiosco cercano.
Recorrimos el pueblito, lleno de restaurantes, algunos flotantes, sobre pantalanes

 y encontramos estos pulpitos puestos a secar.
Desde el principio de las vacaciones tomamos la costumbre de tener siempre a mano los bañadores y las toallas para, llegado el caso, darnos un bañito en cualquier playa que se nos pusiera a tiro. Nos vino muy bien y tuvimos baños memorables, entre ellos el de este día, en la playa de Elunda, sin tener que mover el coche de nuestro aparcamiento. Después del baño con el agua siempre a una temperatura extraordinaria que no dejamos de comparar con las procelosas de nuestro Atlántico a veces a punto de congelación, nos trasladamos a la vecina Plakia para una excursión a Spinalonga, una pequeña isla situada enfrente. Esperando a que saliera nuestro barco, aprovechamos para tomar un tentempié.
La islita tiene mucha historia y los restos de un castillo que después fue leprosería en tiempos no tan lejanos.
Un paseíto en barco de poco más de 5 minutos (y cobran 8 euros) te coloca en Spinalonga. La fortaleza original existía cuando los venecianos decidieron mejorar la fortificación en 1574, tarea en la que emplearon cinco años.
Los ingenieros militares hicieron tan bien su trabajo que los turcos terminaron de conquistar Creta en 1669, pero Spinalonga resistió hasta 1715.
El pueblecito construido dentro de sus muros, que en parte se ha reconstruido, se mantuvo habitado hasta 1903, cuando se convirtió en una colonia de leprosos.
En algunas de las casas reconstruidas se ha instalado un museo donde cuentan su historia, la de la fortificación y de la posterior leprosería.
Se mantuvo abierta como tal cárcel-hospital de leprosos hasta 1957 y por eso se conocen datos fidedignos de la vida allí: los instrumentos médicos con los que eran tratados, donde vivían, sus utensilios, y todo ello forma parte del museo.
Si a los otomanos les costó conquistar Spinalonga, llegado el final de la ocupación turca la isla fortificada fue refugio para algunos de ellos a fin de defenderse de los cristianos.
En 1878, la revuelta cretense se hizo con casi toda la isla, salvo Spinalonga e Ierapetra. Y en 1881, un millar de otomanos formaron allí una comunidad propia.
Recorrimos la pequeña isla, cuyas murallas se encuentran muy bien conservadas. Fue un paseo agradable y reposado pensando en la cantidad de historias que puede encerrar un sitio como éste. En ese aspecto nos recordó un poco a nuestra vecina isla de San Simón, sitios que con independencia de su innegable encanto natural o paisajístico encierran no una sino muchas lecciones de vida en su azarosa historia.
Nos hartamos de observar la bahía, muy tranquila esa tarde, para llegar a la conclusión de que pese a su belleza la vida en esta especie de Alcatraz debía ser en exceso reducida y monótona.
En nuestro posterior paseo, de vuelta en Elunda y volviendo a la realidad más próxima, divisamos un impresionante yate ruso de recreo atracado cerca de la costa. Tan impresionante que contaba con helipuerto y helicóptero.

De vuelta a Agios Nikolaos, volvimos a repetir paseo hasta el centro para cenar en un restaurante de pescado al lado del mar, The Sailor, menos tradicional que el anterior, pero no estuvo mal y más o menos al mismo precio.La jornada siguiente pusimos proa a la meseta de Lasitty, una planicie a 900 metros de altura. 
Dedicada a la agricultura, para no perder espacio cultivable situaron los pueblos en la periferia. La carretera para llegar es complicadilla, con muchas curvas.
Es famosa entre otras cosas por la existencia de miles de molinos de viento para extraer agua movidos por aspas con telas a modo de vela. 
Lo que sigue es la foto de un cartel publicitario. Los había por todos lados, pero muchos con las velas recogidas.

En nuestros recorrido nos acercamos a la cueva de Dikteon situadas junto al pueblo de Psycro. Es uno de los enclaves más importantes y famosos de la cultura minoica en Creta, ya que pasa por ser, nada menos, el lugar de nacimiento de Zeus. Ahí es nada. Durante siglos se consideró como un lugar sagrado de adoración y culto y hoy en día sigue siendo una atracción turística de primer orden. El acceso no es precisamente fácil. Después de aparcar el coche hay un kilómetro de empinada pendiente que cuesta lo suyo.

Como en otros lados, había burros-taxi para quien lo demandara. Da un poco de cosa ver a los animales todo el día con ese trajín. 
Pero los que contrataban el servicio se encontraban con una sorpresa: el último tramo era impracticable para los asnos y tenían que hacerlo igualmente andando.
Como se aprecia, la cueva era chula, pero se trataba más bien de una profunda hendidura a las que se bajaba por escalones y tras una vuelta por la base se volvía a la superficie.
Había mucha gente y la humedad interior obligaba a ir con cuidado para no resbalar.
 De vuelta a las afueras de Agios Nikolaos y tras despistarnos un poco y dar no pocas vueltas porque debía de haber una carrera de algo por la que cortaron carreteras y demás acabamos dándonos un bañito en la preciosa playa de Boulisma. Aunque caía ya la tarde y el sol se nos hacía cada vez más esquivo, fue otro baño memorable.
De vuelta al hotel, no teníamos ganas de alejarnos mucho y acabamos en un restaurante cercano, el KriKri, en el que un camarero nos cazó a lazo en la misma calle. No muy convencidos, entramos y optamos por un menú degustación de delicias griegas, más o menos las de siempre con algún toque diferente, que no estuvo nada mal. Decididamente, hubo días mejores y peores pero, en general y de acuerdo con nuestra experiencia reciente, podemos decir que se come bien en Creta. Al día siguiente abandonamos Agios Nikolaos en dirección al sur. Por el camino, buscando unos restos minoicos (Gurnia), que no encontramos, terminamos en una estrecha carretera de montaña que lleva a un monasterio, el Faneromeni, consagrado a Panagia y con mucha historia vinculada a la peregrinación mariana y un presente un tanto decadente con un albergue destartalado por completo. Ni qué decir que la vista, tras el esfuerzo escalador, merecía realmente la pena.

Una pequeña capilla (en la foto superior detrás de Alfonso) en el interior de la montaña es la clave del fervor religioso por este recinto, pero nos costó lo suyo que un monje pegado a un móvil encendiera la iluminación para poder apreciarla.

Pero lo de los monjes con la telefonía debía de ser una epidemia, pues en el exterior otro (no, Demis Roussos no es que ya falleció) pasaba el rato de semejante guisa.
Como no mostraban interés alguno por interesarnos, nos hicimos una foto en la terraza, desde la que se apreciaba un horizonte marino brumoso, y nos encaminamos hacia nuestro destino del día:  Agia Galini, ya en el sur de la isla de Creta.
En el descenso nos cruzamos con coches y, lo más complicado, con un autobús de peregrinos. Tuvimos que hacer equilibrios para que en el puñetero caminejo cupiéramos el bus y nosotros, lo que conseguimos tras unos momentos de zozobra. En el camino hacia el sur, decidimos seguir las instrucciones del GPS que nos mandaba de vuelta por Heraklion como camino más corto y, la verdad es que fue muy cómodo, incluso nos dió tiempo a parar en una playa próxima al aeropuerto y darnos otro baño estupendo mientras comprobábamos que los aviones no paraban de salir y entrar. ¡Menudo trajín!

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