lunes, 26 de septiembre de 2016

(4) Rethymo y Heraklion más Knossos

Para los no familiarizados con Creta, la parte fundamental de la isla, donde están las ciudades relevantes, es la norte, aunque, al mismo tiempo coinciden con las cabezas de las cuatro provincias que llegan hasta el sur, tal y como se ve en el mapa.
Tres de manera especial: Chania, Rehtymo y Heraklion, a la que se añade, ya a notable distancia, Agios Nicolaos, más pequeña que las otras aunque con notable encanto. 
Tras los días pasados en Chania partimos para Heraklion, siguiente parada, pero antes pasamos unas horas en Rhetymo. Tiene unos 35.000 habitantes y, como se aprecia en la imagen, su vieja fortaleza se conserva en muy buen estado, al menos  exteriormente. Dentro es otra cosa, como se verá .Es también una ciudad histórica que ha conservado gran parte de su patrimonio, lo mismo que Chania y a diferencia de Heraklion, la capital, donde se cebaron los bombardeos nazis dejando solo unas pocas migajas de su pasado.
Dejamos el coche en los arrabales de la ciudad, junto al mar, en la entrada por la carretera de Chania. Dado su tamaño no hay grandes distancias. Fuimos andando por el borde del mar, llegamos a la fortaleza veneciana y seguimos para bordearla por el otro extremo. En el pasado la roca que la soporta llegaba hasta el agua y el conjunto debía ser, militarmente, más impresionante.  Tiene mucha historia la ciudad, entre ella el asedio de los otomanos en 1645, cuando lograron conquistarla tras 23 días de cerco. Pese a tres siglos y medio de ocupación turca, es totalmente (salvo algún minarete y casas típicas turcas con sus balconadas de madera) una ciudad griega pese a que aún no se ha cumplido un siglo de la salida, en 1923, de los últimos turcos, intercambiados por refugiados griegos.
Con nuestra ruta llegamos hasta el puerto, que guarda notable parecido con el de Chania y, como aquel, es de la época veneciana.
El muro de piedra que lo circunda, hasta el faro, es uno de sus atractivos turísticos.
Enfrente, casas de época en las que no se ha cometido ningún atentado urbanístico visible, sobre las que asoma un minarete, acogen ahora restaurantes de pescado y marisco para turistas. Todos están protegidos por grandes toldos con los comedores en el exterior. No hace falta ser muy perspicaz para darse cuenta de que el clima mediterráneo lo permite. Es agradable hacer el recorrido entre las terrazas y los locales, un estrecho pasillo atestado de gente a última hora de la mañana. Como en toda la isla, los maitres tratan de ganarte para su causa, la de sentarte y que comas allí, pero no agobian y son generalmente educados.
Callejeamos un buen rato por la zona comercial de la ciudad, unas agradables calles de la parte antigua situadas tras el puerto. Había gente y animación por todas partes. También visitamos su catedral, cuyo exterior difiere sensiblemente del aspecto de nuestros templos y son, desde luego, más luminosos.
También el interior, muy cuidado, con pinturas que cubren numerosos espacios y grandes lámparas.
En nuestro deambular topamos con la mezquita Nerantzes y su magnífico alminar. Tiene 133 escalones en su interior y desde arriba se promete una magnífica vista, pero no subimos. Antes de transformarse en mezquita fue iglesia... aunque hoy es una sala de conciertos.
Otro monumento destacado es la fuente Rimondi, veneciana (1629), de gran belleza y por cuyos caños sigue manando agua. Cuatro columnas enmarcan tres cabezas de leones. En su tiempo estaba dentro de un edificio, del que subsiste una parte en uno de sus laterales.
A primera hora de la tarde nos encaminamos hacia la fortaleza, ya de regreso al coche para seguir viaje a Heraklion. La visita fue una pequeña decepción por el contraste entre un exterior magnífico y un interior, bueno... es una sorpresa.
Resulta que dentro no hay prácticamente nada, a excepción de tres o cuatro edificios que han mantenido. Y ni siquiera cumplían lo que anunciaban en un cartel a la entrada.
El caso es que entramos, dimos unas vueltas y comprobamos que había poco que ver, salvo la vista de la ciudad y del mar desde las almenas.
Solo han dejado la casa del gobernador, una antigua mezquita y la vieja prisión, hoy museo. En su momento estaba repleta de edificios y viviendas, y leímos en un cartel que décadas atrás lo derribaron todo, pero no pudimos enterarnos del motivo.
Un tanto desencantados, decidimos ver la exposición que anunciaban al entrar, pero estaba cerrado el acceso. Consultada la taquillera del castillo, se limitó a confirmar el cierre.
- «Pero ahí, en el cartel de la entrada, indican que a las 5 abre», le protestamos.
- «Si, pero problemas», fue su escueta respuesta.
Por tanto, seguimos viaje a Heraklion.
Llegamos a la capital cretense a una hora avanzada de la tarde, en lo que iba a ser casi una parada técnica. A la mañana siguiente viajábamos en ferry a Santorini y por eso habíamos reservado habitación en un hotel junto al puerto, en el Marin Dream Hotel, discreto pero bien situado con respecto al punto de salida y llegada del barco de Santorini y al centro de la ciudad . El recepcionista nos advirtió que el barco de la mañana podía ya estar completo, así que dejamos las maletas y volamos hasta una agencia de viajes. Falsa alarma, había de sobra y nos tranquilizamos. Después dimos una vuelta antes de irnos a cenar También dedicamos a la ciudad casi una jornada entera a la vuelta de Santorini. Lo más interesante está en la calle principal, la de los Mártires del 25 de agosto (recuerda el asesinato de patriotas cretenses en esa fecha de 1898, tres meses antes del fin de la dominación turca), peatonal y muy comercial, que desemboca en el puerto, entre ellos la iglesia de Agio Titos, cuyo exterior nunca hubiéramos identificado como perteneciente a un templo. Como es habitual, antes había sido mezquita. Debajo, lo que resta del puerto veneciano.
La ciudad tiene una considerable carga histórica y quizás un triste récord, la de haber resistido un asedio durante nada menos que 21 años, entre 1648 y 1669, cuando se rindió a los turcos.
Otro de sus monumentos conocidos es la fuente Morosini, que data de 1628, cuya pileta superior formaba parte de una fuente más antigua, probablemente del siglo XIV. 
Nos encontramos con la catedral, callejeando, y comprobamos en su interior que los templos cretenses tienen un patrón bastante similar.

A reseñar que están espectacularmente cuidados y limpios. Y lo habitual es que haya gente orando, poniendo velas y dando besos a santos e imágenes, estratégicamente colocadas, a veces en fila. Nos llamó la atención esto último, que lo vimos en varias ocasiones, por el riesgo sanitario que supone, pero nos dio palo fotografiarlo.
Cómo no, en la calle principal estaba el Ayuntamiento, en un edificio señorial.
Entramos en el patio para contemplar su arquitectura y allí mismo estaba el servicio de recaudación de impuestos.

En una calle lateral de la principal está un amplio mercadillo callejero, con abundantes cafés.

Uno de ellos no nos resistimos a retratarlo ante lo llamativo de este conjunto de hombres (casi siempre era así) visiblemente atareados.
Después dedicamos un buen rato a recorrer el museo la historia de Creta, que nos resultó de lo más interesante por su diseño y estructura, que lo hacía atractivo y fácilmente comprensible. Es un recinto de tamaño medio y nos centramos en la parte de la vida tradicional en la isla antes del siglo XX y en la segunda guerra mundial. En la ruta localizamos la estatua del escritor y pensador cretense Nikos Kazantzakis, el autor de la novela Zorba El Griego en la que se basó la película, nacido en Heraclión, que murió en 1957 tras ser una importante personalidad cultural y política durante la primera mitad del siglo.
Y siguiendo el plan diseñado, abandonamos Heraclión para dirigirnos a las ruinas de Knossos, visita obligada a sabiendas de que podría no cumplir las expectativas, como así sucedió.  En una crónica de viajes como esta no tiene sentido hablar de Knossos. Quien esté interesado no tiene más que teclear en Internet para conocer este enorme palacio de la cultura minoica, civilización que alcanzó su máximo explendor sobre el 1.600 antes de Cristo, nada menos, cuando el resto de la humanidad casi no había salido de las cuevas.
Lo que sí podemos dar es nuestra impresión sobre la visita, que fue bastante confusa.
Semeja que el complejó histórico se ha convertido en una máquina de recaudar, a razón de 15 euros persona. A cambio te dan un folleto, y en diferentes puntos de la ruta hay paneles explicativos en griego e inglés. pero no te enteras mucho.
Nuestra principal queja es que no queda claro qué parte es original y cuál fue añadida por Sir Arthur Evans, su descubridor, que inició las excavaciones en 1900 y a este cometido dedicó vida y fortuna hasta que murió en 1941.
Aunque seguramente actuó con buena voluntad para reconstruir o dar vida a las ruinas, con posterioridad ha sido muy cuestionado su decisión de completar los restos y el visitante, al menos en nuestro caso, en muchos casos le es imposible deducir qué es original y qué añadido, salvo algunas cosas obviamente modernas.
Pese a este hándicap, y a nuestro pesar por no tener información más amplia y clara, intentamos disfrutar del antiguo palacio. En la imagen superior, el conocido fresco de los delfines en los aposentos de la reina.
En una reciente visita a la casa del arquitecto César Manrique, en Lanzarote, el éxito fue un vídeo que nos enganchó y nos proporcionó información para entender su vida y obra. Aquí echamos de menos un recurso de este tipo, que no cuesta nada ofrecer en distintos idiomas.
Posiblemente, el elevado número de visitantes desaconseja una oferta informativa de este tipo, pero sin duda es una lástima. 
Nosotros nos fuimos con la sensación de una visita desaprovechada y en cuanto a Evans, pese a lo polémico de su labor, a él se debe el descubrimiento de una avanzada cultura anterior a la griega clásica. Se cree que un tsunami, allá por el 1.450 a.c., originado por la erupción de un volcán en la isla de Santorini afectó a Knossos y aceleró su destrucción.

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