miércoles, 21 de septiembre de 2016

(1) Rumbo a Creta, entrando por Chania/Canea o Haniá

La razón de que el 21 de septiembre enfiláramos rumbo a Creta está en un programa de televisión emitido por la dos en el mes de enero, a partir del cual nos entraron unas ganas irresistibles de visitar esta isla del Mediterráneo. 
Creta tiene 8.261 Km² y es la mayor de las islas del mar Egeo y la quinta del Mediterráneo. Tiene forma alargada y mide 265 kilómetros de este a oeste y entre 10 y 56 kilómetros de ancho. Sacamos los billetes con Aegean Airlines (Madrid-Atenas-Chania-Atenas-Madrid) por poco más de 300 euros (seguro y una maleta por pareja incluído), y nos encontramos en el aeropuerto de Madrid: Fely y Alfonso procedentes de Vigo y Juanma y Ana de Canarias, donde llevaban 15 días examinando las islas con mucho cuidado en aras a un posible traslado de residencia. El caso es que con toda puntualidad, sobre las once de la noche, un propio nos esperaba en el aeropuerto de esta ciudad para entregarnos el coche de alquiler previamente contratado desde España. A efectos prácticos de a quien le pueda interesar, diremos que lo hicimos con la compañía Anna Cars y resultaron totalmente serios y formales. 
Nos cobraron 480 euros por los 15 días con este Ford Focus, con seguro a todo riesgo incluído, conductor adicional y no nos pidieron ninguna tarjeta de crédito ni nos bloquearon nada. Un placer. Como llegamos a hora tardía y hay quien había salido de casa a las seis de la mañana, nuestra prioridad era localizar el hotel y pillar postura horizontal, cosa que hicimos en tiempo récord gracias al GPS. Sobre las doce estábamos en el  Royal Sun Hotel donde dormiríamos las próximas cinco noches. Este hotel está más bien en las afueras, aunque con unas vistas espectaculares de la ciudad, pero no es ningún problema porque tienen montado un transporte gratuito en minibús durante todo el día que te lleva y te trae al y desde el centro para que no precises el coche. De lo más cómodo. En la imagen inferior, vista de Chania desde el hotel, con su magnífica piscina que no tuvimos tiempo ni siquiera de estrenar dado que nuestras siguientes jornadas fueron bastante  intensas.
Ya a la llegada, en recepción nos recibieron con un "kalinitja" (buenas noches) y nos informaron de que "kalimera" era buenos días y "kalispera" buenas tardes. Estas sencillas palabras, junto con "euxaristó" (gracias) y "parakaló" (de nada y por favor) constituyeron nuestro léxico de griego básico de andar por casa, que aunque de utilidad no demostrada a efectos prácticos, sí valió para arrancar en todos los casos una sonrisa de los siempre simpáticos cretenses, muy habituados a tratar con guiris. No en vano, el turismo es la primera industria de esta isla que tiene olivares a montón, vides y poco más. No obstante, el nivel de vida parece ser algo mejor que en la Grecia continental, cosa que se notaba a simple vista. Abajo,una imagen del hotel desde el centro de Chania.
Por la mañana, ya descansados después de nuestra primera noche y tras un desayuno regio, que dirían los argentinos, pudimos contemplar esta vista desde la habitación.
De entrada, denominar a esta ciudad no es fácil ya que se la conoce por igual con al menos tres nombres. Los griegos dicen Haniá, con la hache como una jota y acento en la a, y, por otro lado, se utiliza indistintamente Chania o Canea (La Canea en italiano).
No es una ciudad muy grande, sobre 55.000 habitantes, la segunda de la isla después de Heraklion, la capital, pero nada más poner los pies en el puerto veneciano te cautiva totalmente. Este puerto se construyó en el siglo XVI para el comercio y para controlar el mar de Creta antes las amenazas de los piratas. Del primitivo quedan aún muchos vestigios, uno de ellos el faro.
Está en uno de los bordes del puerto y comenzó a funcionar en el año 1689, por lo que hay quien reivindica su condición de faro más antiguo del mundo de los que aún se conservan, aunque la realidad es que ahora cumple exclusivamente su papel como atractivo turístico de primer orden.

Tiene 21 metros de altura y su configuración es bastante peculiar: la base octogonal,  la sección media con 16 aristas y la parte superior circular.
Una vez listos para visitar la ciudad, nos subimos al minibús del hotel y en apenas 10 minutos estábamos en el centro, junto al mercado, un recinto comercial en forma de cruz que viene funcionando desde principios del siglo XX. 
No hace falta mucha perspicacia para comprobar que el mercado tradicional de frutas, hierbas, hortalizas, carne y pescado está sufriendo una paulatina y casi acelerada evolución que hace fructificar como setas las tiendas de suvenires, con artículos de todo pelaje que seguramente vienen de China. En definitiva, se está convirtiendo en un activo turístico más, lo que no impide adivinar su innegable encanto.
En el interior hay montada una pequeña exposición fotográfica que recrea las fases de su construcción allá por el año 1911. Había también imágenes de la etapa de la ocupación nazi (1941/44), una etapa terrible que sigue muy presente en una isla con una historia de sucesivas ocupaciones. De hecho, solo lleva poco más de un siglo formando parte de Grecia.
A partir de ahí, empezamos a callejear por Chania, internándonos en el cogollo de la llamada ciudad vieja, establecida en torno al eje portuario.
El buen tiempo animaba a sacar todas las mercancías a la calle, convirtiendo el barrio antiguo en un mercadillo y, consiguientemente, un lugar animado, lleno de color yatractivo.
A primeras horas de la mañana el puerto bullía de turistas que iban y venían en manada, ya que, entre otras cosas, de allí salen las excursiones en barco hacia las islas cercanas. A finales ya de septiembre, el tiempo era totalmente veraniego e incluso caluroso, pero sin agobio. Muchos venían en plan tour, quizás desde otros puntos, como la cercana Platanias, donde se concentra el turismo playero y masivo alemán e inglés, principalmente, aunque los rusos, en algunos casos, con alto poder adquisitivo, no se quedan atrás.
En el mismo paseo marítimo, uno de los edificios que más llama la atención es la Mezquita de los Jenízaros. Los tales "jenízaros", en turco, son las "nuevas tropas".  Y es que en 1645, tras dos meses de asedio, la ciudad fue conquistada por los otomanos, lo que trajo numerosos cambios todavía visibles: no sólo la mezquita, sino también peculiares iglesias reconvertidas en las que sobresale un minarete, como la de San Nicolás, que se ve en la foto siguiente.

También casas de madera como esta se distinguían perfectamente del inconfundible estilo de las venecianas, de piedra.

 A la mezquita se la conoce también como la "Mezquita del Mar" y su cúpula es rosada.
En su interior había una exposición temporal, anunciada desde la calle con varios pares de zapatos usados ubicados encima de la acera y en el solado principal, junto con una proyección permanente del oleaje marino, cuyo significado se nos escapó bastante, aunque resultó curioso y un punto inextricable, por decir algo. 
Los arsenales del antiguo puerto, evidencia de su esplendor e importancia dentro del imperio veneciano, están prácticamente intactos y bien conservados, algunos de ellos reconvertidos en centros multiusos, incluso restaurantes o galerías de arte.

Esta es la visión de la mezquita desde el faro, al otro lado del puerto.
No nos cansamos de callejear por los rincones, entre otros, del barrio judío.
Compramos esponjas marinas a un señor que había montado su chiringuito en el mismo barco.
Y también tuvimos nuestros ratos para descansar tranquilamente .

Visitamos el Museo Arqueológico, instalado en la antigua iglesia de San Francisco. Aunque interesante, no nos resultó demasiado ilustrativo pese a que contenía valiosos restos minoicos, correspondientes a esta sorprendente cultura que se desarrolló en Creta entre los años 3000 y 1450 antes de Cristo. No estaba clara la secuencia temporal de los hallazgos ni tampoco las explicaciones.
Muy cerca de la iglesia de San Nicolás está la Platia, en la que se encuentra un plátano tristemente famoso, ya que los turcos lo utilizaron para colgar a los cretenses insumisos en la guerra de la independencia, que comenzó en 1821, tal y como se recuerda en el lugar.
Por la tarde, al acercarnos a la catedral, nos topamos con un entierro. Nos llamó la atención que tenían al difunto en la iglesia y habían dejado la tapa del ataúd apoyada en el coche tan ricamente. Por otro lado, habían montado para los asistentes un pequeño refrigerio a base de zumo de naranja y pastitas, no sabemos si algo más, ya que por respeto no nos acercamos en exceso ni hicimos más fotos.
El día dió para mucho y, finalmente, buscamos para descansar y cenar un restaurante, en realidad una "Taverna", en principio algo más típico, que nos había gustado y que prometía música en directo a partir de las 19,30. Ya estábamos un poco cansados de patear la ciudad y bien nos merecíamos un relajo gastronómico-musical. Fue la primera de muchas cenas y, lo cierto, es que el sitio no nos defraudó y aparte de guiris había bastantes autóctonos. En esta ocasión, la música en directo sobre melodías tradicionales resultó muy agradable. El nombre del establecimiento, Adespoto, y la factura completa no alcanzó los 70 euros.
La comida cretense nos pareció cercana y, generalmente, elaborada a nuestro estilo: guisos a base de aceite de oliva, mucha cebolla, tomates, pimientos, queso, cordero, conejo, pulpo, dorada.....todo rico y conocido. Tomamos muchos días sasiki, una salsa de queso y pepino para untar, como entrante, hojas de parra y tomates rellenos, pan de ajo y calabacines en muchas variantes, aparte de la consabida musaka a base de berenjena. En cuanto al precio, muy bien en general, más barato en el sur, donde llegamos a cenar los cuatro por algo menos de 35 euros, y más caro en la isla de Santorini, donde fuimos en plan pijolis modernos y nos costó 99 euros. Una cosa buena es que casi nunca pedimos postre al constatar que al pedir la cuenta te traían una botellita de "raki" (aguardiente local tremendamente popular) con cuatro vasos de chupito y algo dulce o fruta que para los efectos hacía de postre. Tras este día, comprendidos que los gatos son parte inseparable del paisaje cretense, están por todos los lados, restaurantes incluidos (a tener en cuenta que casi siempre están al aire libre o bajo un techado de terraza). Esa noche ya cenaron con nosotros y pronto dejó de sorprendernos su compañía amigable. Estaban siempre, o casi. y no tenían mal aspecto.
 Cuando terminamos enfilamos nuevamente hacia el mercado, donde nos había dejado el minibús, y en 10 minutos estábamos de vuelta en el hotel preparándonos para una intensa jornada senderista en la garganta de Samaria, al día siguiente. Os anticipo que fue duro, más de lo que imaginábamos.

lunes, 19 de septiembre de 2016

(2) El descenso de la garganta de Samaria

Si se quiere hacer alguna caminata en Creta, la garganta de Samaria es el sitio. Nos enteramos antes de hacer el viaje y lo situamos en nuestra agenda para la segunda jornada, por si acaso. Está en el sur y desde Chania es preciso atravesar la isla. Es una tiradita (37 kilómetros) y las carreteras, pues de montaña y con curvitas. Con eso contábamos, pero no con la afición de los rebaños de cabras de instalarse en la carretera aprovechando el calorcito del asfalto. La primera vez flipamos, después fueron tantas que casi nos parecía normal. No había otra que pasar con cuidado o bien Juanma, vara en mano, se bajaba del coche y las devolvía al campo. Curioso.

La garganta, en la práctica un largo desfiladero de 16 kilómetros (el mayor de Europa, dixit la desaparecida guía de Acento), forma parte del parque nacional de Samaria, creado en 1962. El acceso está controlado, claro, y hay que pagar entrada, cinco euracos. Y no se trata de un paseo sencillo ya que finaliza casi en el mar, en una villa llamada Agia Roumeli... a la que solo se puede llegar en barco. Por ello la logística es un poco complicada, pero la resumiremos para que si alguien la recorre (muy recomendable) lo tenga fácil.
Posamos al poco de iniciar la marcha, a 1.200 metros de altitud, fresquitos nosotros, no muy conscientes de lo duro que iba a ser el descenso, pero estábamos animados. Hacía un día adecuado, soleado y no especialmente caluroso. Y el paisaje, chulísmo: montaña, pinos, tranquilidad, aire puro y también cabras. E incluso varios templos y alguna zona de descanso con bancos y fuentes. Si las crónicas cuentan que en julio y agosto y hasta en septiembre pueden coincidir verdaderas multitudes haciendo el mismo camino, este no era el caso y anduvimos mucho rato prácticamente en solitario.
Como siempre en la montaña, hay que ser precavidos. Un cartel, con versión en castellano, lo explica a la entrada.

Aunque nos levantamos relativamente pronto, entre unas cosas y otras (había que tomarse un buen desayuno buffet en el hotel para estar en forma) nos pusimos en marcha a la 10.25, un poco tarde ya que había que llegar a Agia Roumeli antes de las 17.30, hora en la que salía el último barco para llevarnos a Sougia, desde donde salía el autobus que podía dejarnos en Omalos, donde aparcamos el coche en el acceso al parque nacional. Como véis, un operativo completito y no menos de una hora en barco y otra en bus por una carretera  intrincada.
Los primeros cuatro kilómetros son descenso puro sobre piedras y guijarros y con escalones nada uniformes. Es duro por lo pronunciado de la pendiente. Para que os hagáis una idea, nos costó lo suyo alcanzar la media de dos kilómetros por hora, no pasábamos de 1,8 o 1,9....Y el tema no era baladí, pues a ese ritmo llegar al barco se ponía cuesta arriba . Nos mentalizamos pensando que llegado el caso, simplemente nos obligaría a buscar un hostal para pasar la noche y regresar a nuestro hotel en Chania al día siguiente.
Pese a la lentitud, disfrutamos de lo lindo con el paisaje, aunque teníamos que ir mirando hacia el suelo para no resbalar con los guijarros.

Había avisos cada poco por dos motivos: riesgo de incendio (está tajantemente prohibido fumar) y caída de piedras. Cuenta con una red hídrica con bombas para combatir el fuego y hay casetas y algunos vigilantes. Respecto a las piedras, los tramos más peligrosos están protegidos. No tuvimos problema alguno, pero con lluvia y viento la situación puede ser otra.
Poco a poco fuimos avanzando y llegamos a la parte inferior, mejor dicho, preinferior. Ya no era una pendiente pero seguíamos descendiendo, aunque de manera suave. Y allí, lo normal en los desfiladeros, cruzando de un lado a otro cada poco y sorteando el riachuelo, que tras el verano no era nada.
El sendero está bien señalizado, pero no tanto como el camino de Santiago, por poner un ejemplo. Hubo momentos en los que dudamos, y eso complica el paseo. Pese a todo, logramos no confundirnos y la verdad es que tampoco hay alternativas.
Tardamos algo más de 3 horas en cubrir los primeros siete kilómetros. Aunque es una media ridícula, lo cierto es que empezábamos a andar más rápido. Eso sí, el panorama seguía siendo el mismo: poco sendero y mucha piedra.
A partir de aquí consideramos más factible llegar a tiempo a Agia Roumeli. Además, desfiladero y garganta en sí son los 13 primeros kilómetros, y los tres restante ruta normal, presumíamos, donde se puede ir más deprisa.
La garganta está muy transitada, encuentras gente incluso en sentido contrario (supusimos que habían hecho un tramo y daban la vuelta, pues entera y volver es para atletas), vigilantes y hasta algún burrito quiza para traslado de los guardabosques. La garganta, no obstante se cierra al público de noviembre a marzo.
Los cuatro o cinco kilómetros de garganta estrecha (en algún punto unos pocos metros nada más) están llenos de pinos y la luz se reduce, y eso que eran las horas del mediodía.
Un poquito tocados por el descenso (lo peor vendría los días siguientes, con los gemelos a punto de reventar) seguimos andando muy satisfechos.
En estas fotos podéis apreciar la parte estrecha: hasta que no te acercas da la impresión de que no va a ser posible pasar.
Pero, obviamente, se puede, sorteando esos enormes peñascos que se han desprendido de las paredes a lo largo de los siglos.
Y pese a la preocupación, llegamos a Agia Roumeli una hora antes de la salida del barco. Tiempo suficiente para no agobiarse, pero escaso para darnos el chapuzón en el que habíamos pensado, y que en algunos blogs recomiendan como justo premio al esfuerzo. La próxima vez habría que levantarse una hora antes.
El barco en cuestión es un enorme ferry que hizo el trayecto con rapidez lleno de paseantes y turistas.
Esta parte del sur de Creta es especialmente agreste, y desde el barco entendimos por qué no llega ninguna carretera a Agia Roumeli. Sencillamente, es un lugar de imposible acceso. Empleamos 5,30 en la caminata, paradas incluidas, y nos sentimos un desastre tras leer en los carteles del parque nacional que el tiempo estimado son 4 horas. De hecho, en el barco pegamos la hebra con un tres gallegos y era lo que habían tardado. Claro, ellos eran unos estudiantes de 28 años en viaje de placer por Europa.Nos alegró, sin embargo, comprobar que en la guía de Acento establece como tiempo normal de 5 a 7 horas. Entonces, no lo hicimos tan mal. Y pese a la dureza, al salir de la garganta, tras 13 kilómetros, hicimos la machadita de renunciar a una furgoneta para los 3 restantes. 
Si se hace la garganta, se hace completa.Como dato para interesados, salimos del hotel en Chania antes de las nueve de la mañana y llegamos casi a las 10 de la noche, tras un día completito por lo que no salimos del hotel y optamos por cenar allí mismo, bastante bien y muy relajados. Y en el viaje de vuelta, con noche cerrada, la invasión de la carretera por las cabras se acentuó. Quizás el asfalto guardaba el calor del sol diurno, o lo que fuese, pero teníamos que esquivarlas, y a veces no resultó sencillo.