viernes, 30 de septiembre de 2016

(7) Sur: Agia Galini, Festos, Matala

Mallado el norte en la medida de lo posible en función de los días que llevábamos en Creta, pusimos proa al sur. La excepción fue la garganta de Samaria, a la que fuimos nada más empezar nuestro periplo. De camino a Agia Galini, donde íbamos a pernoctar, hicimos un parada para un tentempié en una taverna/taberna, tipo de establecimiento al que le tomamos cariño, a medio camino entre bar y restaurante, pero más de esto último.
Y atravesando el interior de la isla, inmensos  olivares, el cultivo por excelencia.

Para no perder la jornada, por el camino paramos en la ruinas de la antigua ciudad dórica de Gortina (Gortys para los cretenses). 
Allí no se ofrece demasiada información de lo que fue la urbe en su momento, pero la paseamos (hacía mucho calor) y nos sorprendieron, dentro de la parte vallada, unos gigantescos olivos.
Al fondo de la imagen superior, los restos de la basílica de Agios Titos, construida durante el primer período bizantino (330/824). Pero lo que es la ciudad, algunos autores de sostienen que fue fundada a finales del tercer milenio antes de cristo.
La imagen superior no es cualquier cosa. Es una fracción del Código de Gortina, el primer sistema legislativo y el más completo que nos ha llegado de la Grecia clásica, labrado en piedra en torno al siglo V a.c.. No era un auténtico código legal, pero sí una compilación de leyes.  Desde el año 67 a.c. fue capital de la provincia romana de Creta.
Paseamos el recinto, en el que, una vez más, echamos de menos una mayor información sobre lo que estábamos viendo. Siempre tuvimos que recurrir a las guías y a internet pese a que pagábamos entrada. Y no es lo mismo,
Contemplamos los restos de su antiguo teatro romano que nos recordó los que vimos hace unos años en abundancia por la costa Licia, en el sur de Turquía.


Tras la parada nos encaminamos a Agia Galini, nuestro destino, en concreto el hotelito  Idi. Aunque por su aspecto no lo parece, estaba bastante bien, agradable y limpio.
Como curiosidad, el gato "oficial" del Idi aprovechaba la enorme buganvilla de la fachada para desplazarse en sentido vertical y acceder a las habitaciones. Un poco atrevido, pero un encanto de gatito. Respecto al pueblo, lo que en su día fue una pequeña aldea de pescadores ha devenido en un enclave turístico sureño. Esto es, nada exagerado pero allí viven ahora de los visitantes. No hay otra cosa. Pero lo cierto es que es un lugar tranquilo y apacible.
Para entenderlo, no hay más que observar la foto siguiente, algo así como el sky line del Agia Galini actual y ver la que está a continuación, de varias décadas atrás (1975), que tenía un hostelero en el hall del local. Lo que eran unas pocas casitas se ha ampliado. En la actualidad, lo que no es un hotelito es un restaurante. Los datos que nos dio lo confirman: 400 vecinos y 2.500 plazas hoteleras. Eso sí, llegado noviembre casi todos cierran hasta la primavera.



Construido sobre una roca, en la parte baja tiene ahora un puertito protegido, pero le han comido un poco al farallón que bloqueaba el paso para hacer un paseo que conecta con la playa cercana, a su vez llena también de bares y restaurantes. Un atractivo más para el visitante.

Y allí nos encaminábamos para ver dónde íbamos a cenar.
No había otra cosa que hacer y seguimos la ruta.
Localizado el restaurante al que nos remitió la dueña del hotel, matamos el tiempo echando una partida en un minigolf, alguno pensando en buscar opciones a su futuro tiempo libre.
El Kostas fue un hallazgo. Como casi siempre, comimos con gatos en las inmediaciones, pero ¡que bien y qué buen precio! 
Tomamos cada uno lo que quiso, aunque siempre compartíamos (cordero, peixe, calabacín, tomates rellenos) y por supuesto postre de la casa (obsequio) con raki (igualmente por el morro). Todo ello, la fabulosa cifra de 34,7 euros los cuatro. Después de cenar tomamos un café en otro hotel enfrente el nuestro y tuvimos una charla animada con el dueño que nos contó muchas curiosidades relacionadas con el pueblo.
Al día siguiente nuestro destino fue Festos y su impresionante palacio, los restos más bien, claro está, teniendo en cuenta que data más-menos del 1.900 a.c.
Aunque la fecha del palacio es la citada, el lugar estuvo habitado desde mil años antes.
De nuevo hacía mucho calor, lo que nos obligaba cada rato a buscar  cualquier resquicio de sombra. Éramos conscientes de la historia que tenía ese lugar, pero no podíamos sustraernos a lo difícil de patearlo a esa temperatura. 
El recinto palaciego se cree que fue destruido por un seismo sobre el 1.450 a.c. Relativamente bien señalizado, recorrimos el enorme complejo del que en su mayor parte existe solo la base de los edificios. Pero la verdad es que nos resultó muy interesante y casi lo vimos con más gusto que Knossos, mucho más abarrotado de gente y con muchos más añadidos espurios.
Corredores, una inmensa plaza, escalinata destinada a las ceremonias... Interesante. Desde Festos nos dirigimos a Matala, no muy lejos, unos 10 km., conocida por ser destino de hippies hace unas décadas que se instalaron, entre otros sitios, en cuevas junto a la playa.
La hermosa playa del lugar está flanqueada en sus extremos por sendas montañas de roca arenisca en las que se han formado cientos de cuevas. Las de estas imágenes fueron utilizadas con fines funerarios en la época romana.
Ahora son una atracción turística.
Desde luego, llaman la atención.
Junto a la playa, varias calles dedicadas a lo de siempre: tiendas y bares en sus diferentes facetas.
En las cuevas del lado contrario a las tumbas romanas subsiste algo de la cultura hippy que dio fama a Matala. Aquí vivieron algunas temporadas personajes como Bob Dylan, ahora flamante premio Nobel; Cat Stevens, Joan Baez o Janis Joplin. Eso dicen, que pruebas, lo que se dice pruebas de su paso por aquí, tampoco vimos...
Lo único que queda son unas cuevas donde hippies de ahora venden artesanía con una estética, la de la artesanía y la de ellos, de los sesenta y setenta.
Romanos y hippies al margen, es un sitio agradable.
Pese a tratarse del sur, la parte menos explotada y habitada, la playa estaba cumplidita, aunque no supimos a qué George le daba la bienvenida la pintada.
De vuelta a Agia Galini volvimos a cenar cerca de la playa. Esta vez casi mejor pero no tan barato en una taberna llamada Stochos. Recomendable sin duda. Y como nuestro periplo estaba en su fase final, al día siguiente tocaba poner nuevamente rumbo al norte, a Chania, desde donde salía nuestro vuelo. Al salir de Agia Galini el GPS nos jugó una mala pasada. Le pedimos consejo y nos llevó por una carretera de montaña, a tramos sin asfaltar y desconociendo el invento de los quitamiedos. Mi madriña, ¡que precipios y que curvitas! Y como pudimos comprobar, ni siquiera ahorramos kilómetro alguno. Eso sí, el paisaje maravilloso aunque pelín trepidante.
De camino paramos en un pueblecito de semimontaña llamado Spili. Tras el calor pasado esos días disfrutamos de algo de fresco. Dimos unas vueltas y contemplamos su renombrada y gigantesca fuente veneciana.
Son 25 caños que manan de sendas cabezas de león. Se dice que ninguna sequía ha podido con ella, que nunca deja de echar agua a una temperatura constante de 13 grados. Visitamos también un pequeño y familiar museo etnográfico donde comprobamos que los enseres domésticos antiguos que mostraba eran muy parecidos a los nuestros.
En Chania pasamos la última tarde, hicimos las últimas compras y contemplamos el atardecer en el puerto y alrededores ya con un poco de pena ante el inminente regreso.
 Tras algo más de dos semanas pateando esta interesante y recomendable isla, nuestra última imagen fue la puesta de sol en su magnífico puerto veneciano,
Por si alguien se anima, unas palabritas en griego que siempre abren puertas. Cada vez que a los locales les decíamos algo en su idioma sonreían sinceramente. Nos vinimos convencidos de que allí todo el que llega es "parakalo" (bienvenido). Al menos, así nos sentimos tras esta estupenda experiencia en tierras cretenses.

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